Prologo: Se acerca Halloween, y que me mejor manera de hacerle un guiño que con un cuento de monstruos (uno de mis preferidos). En la cultura japonesa los shinigamis o dioses de la muerte conducen a las personas al abismo de su existencia. Pero, en ocasiones, hasta los monstruos también se revelan contra su identidad, esta es una de esas historias...
El monstruo sin nombre – Obra De Naoki Urasawa
Érase una vez, en una tierra lejana, un monstruo sin nombre que vagaba por
el mundo alimentándose de las personas. Este monstruo ansiaba tener un nombre,
una identidad, hasta el punto de enloquecer. De tal forma se embarcó en un viaje
desesperado para encontrar un nombre. En un momento dado, al ser consciente de
la inmensidad del mundo decidió partirse en dos para conseguir su propósito. Así
nacieron los gemelos sin nombre. Uno de ellos se dirigió al oeste, mientras que
el otro partió hacia el este en busca de su cometido.
En su camino al este el monstruo encontró un poblado habitado y bullicioso.
El monstruo acudió a la primera casa, que resultó ser la del herrero. Encontrándose
al fornido hombretón en su puerta, le requisó ‘Señor herrero, señor herrero,
dame tu nombre’. A lo que el herrero respondió hastiosamente ‘¿Y por qué darte
mi nombre?’ El monstruo entonces pensó un instante y contestó ‘Si me prestas tu
nombre, te daré toda mi fuerza’. El herrero, interesado, contestó ‘¿De veras? Si
me das tu fuerza, te doy mi nombre’. El monstruo asintió, y seguidamente se
introdujo en el cuerpo del herrero, y le dio su fuerza. Así, el monstruo pasó a
ser Otto El Herrero…
A partir de ahí el herrero fanfarroneó de su fuerza ‘Miradme, miradme
todos, soy Otto el hombre más fuerte’. Una frase que repetía con arrogancia,
fomentando su ego y con ello despertando el hambre interna del monstruo. ‘Miradme,
miradme, el monstruo se hace fuerte dentro de mí’. Pero un día el monstruo
creció tanto que, lleno de hambre, se tragó al herrero desde dentro, haciendo a
los lugareños huir despavoridos. Y así, el nombre de Otto el herrero se perdió,
de nuevo era solo el monstruo sin nombre. El monstruo se lanzó a por Hans el
zapatero, antes de que pudiera escapar, introduciéndose en él. Pero el monstruo,
insaciable tras semanas en ayuna no pudo evitar comérselo a él también desde
dentro. Y lo mismo paso con Thomas el cazador, y con el resto de la gente del
pueblo. Al final, el monstruo sin nombre aplacó su hambre pero quedó nuevamente
sin el ansiado nombre...
El monstruo, irritado, se dirigió al castillo próximo que protegía al
poblado, atraído por las luces de sus antorchas. Trepo por sus paredes entrando
en una alcoba en la que yacía un niño muy enfermo. El monstruo al verlo
debilitado siguió la misma táctica ‘Pequeño niño, si me das tu nombre te haré
recobrar tus fuerzas’. Y el niño respondió ‘Si me ayudas a recuperar las
fuerzas, te daré mi nombre’. Y así el monstruo se introdujo en el niño. Su
nombre era… ¡un nombre estupendo!
El niño, que resultó ser el príncipe del castillo, recuperó toda su energía,
y fue ovacionado al recobrar y mostrar con orgullo toda su vitalidad. El
monstruo dentro de él se sentía muy satisfecho con su nuevo nombre y su
gloriosa vida como príncipe del castillo. ‘Miradme, miradme, el monstruo se
hace fuerte dentro de mí’. Y aunque el hambre crecía dentro de sí, el monstruo renegaba
de su apetito, consciente de que supondría el fin de su recién adquirido nombre
e identidad. Pasaron los días y el monstruo dentro de sí luchaba cada vez más
por reprimir sus instintos. Finalmente el hambre fue demasiada, y el propio príncipe,
íntimamente unido al monstruo interno, se lanzó a la caza de sus siervos. ‘Miradme,
miradme, el monstruo dentro de mí ha crecido hasta ser parte de mi’. El príncipe
se comió a todos los vasallos, y a su padre el rey, y a toda la corte real,
pues su hambre era enorme. El príncipe sació su hambre pero quedó solo en el
castillo, por lo que se vio obligado a viajar a otro lugar...
Vagó durante días y
días, hasta que un día el niño se encontró con un monstruo sin nombre. Era nada
menos que su otra mitad al que inmediatamente reconoció. Y el niño le dijo ‘He
conseguido un nombre maravilloso’. Pero el monstruo del oeste le replicó ‘¿para
qué necesitamos un nombre? Después de todo, somos monstruos sin nombre’. El
niño, muy airado, se tragó al otro monstruo. ‘Miradme, miradme…’ empezó a
proclamar, pero no quedaba nadie para oír su nombre. Una lástima, ¡pues Johann
era un nombre estupendo! FIN.
Texto: Luis R. Pertierra (Fuentes: Monster - Manga de Naoki Urasawa)